Poco a poco el movimiento slow ha ido conquistando diferentes ámbitos hasta
llegar al de la creación. El arte slow aboga por cambias las reglas de
producción que tiranizan el proceso creativo.
El arte, paradójicamente, no se libra de las reglas del mercado y del
consumo. Al igual que muchos otros productos de consumo (y es terrible que el
arte también sea un producto de consumo), está esclavizado por la tiranía de la
eficacia: ¡más producción y más cantidad en menos tiempo! Como también lo está
a la exigencia de un rápido éxito del artista y de la obra.
Un museo de Estocolmo, el Nationalmuseum, ha decidido crear una exposción
permanente de arte y artesanía hechos con la filosofía slow: todo elaborado sin
prisas, con esmero y paciencia. El nexo de unión de las piezas expuestas es, sencillamente,
un proceso lento. La temeraria y casi rebelde actitud de los creadores pone a
prueba sus capacidades con procesos extenuantes, técnicas manuales que incluso
provocan dolor tras horas de repetición y esfuerzos físicos. Se trata de hacer
las cosas bien, no de hacerlas en poco tiempo.
El arte slow llega también a Barcelona con dos exposiciones organizadas por
la Fundación Sebta (Plaza Real). La primera. El rostro de los olivos, muestra las fotografías realizadas a lo largo de diez años por el historiador Pere
Ferrer, el economista José Sedano y el documentalista y cineasta Daniel Ferrer en la sierra de Tramontana (Mallorca). A partir del 7 de febrero, se le unirán los tocados slow de la artista textil Teresa Sil.
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