viernes, 11 de noviembre de 2011

EL HOMBRE DE VERDENTHAL





Ahora ser eco no sólo es fácil, está "in". Pero hubo un tiempo - y no hace tanto - en el que predicar el mensaje eco era hacerlo en el desierto. Viajamos a la prehistoria del movimiento para conocer alguno de sus pioneros y comprobar cómo sus ideas y soluciones siguen estando muy vivas.





Vivimos un momento curioso. Grandes empresas compiten entre ellas para parecer la más “verde”, la palabra sostenibilidad se utiliza tanto que la vamos a gastar y quién quiere ser alguien tiene, necesariamente, que subirse al tren movido por biocombustible de lo “eco”. Si esto es suficiente - o inclusive cierto - lo dejaremos para otro artículo, pero sí vamos a hablar de los tiempos en los que ser ecologista era estar solo ante el peligro, enfrentado a un mundo en el que teorías y posicionamientos que hoy resultan de cajón estaban considerados como una auténtica chifladura. Dedicamos, por tanto, este post a los pioneros del movimiento verde y a sus ideas, perplejos ante el hecho de que 40 años después – y con pruebas más que evidentes – muchas de sus soluciones aún no se hayan puesto en práctica.

Así que nos remontamos a los tiempos en los que el ecologismo era la preocupación de unos cuantos melenudos locos a los que la sociedad contemplaba con sospecha; cuando la comida orgánica era para pirados y ni era imaginable que se pudiera encontrar en supermercados, y la teoría del cambio climático era considerada una predicción chiflada como la de Nostradamus. Puede que al nuevo y entusiasta verde esto le suene a medieval, pero la cuestión es que no hace tanto tiempo de todo ello.



EF. Schumacher: volver al tamaño del hombre
Viajamos hacia atrás en el tiempo, a 1973. Ese fue un año crucial para el pensamiento medioambiental radical: el año anterior se había celebrado la primera conferencia de la ONU sobre desarrollo sostenible, y pocos meses después se fundaron Greenpeace, Amigos de la Tierra y el Partido Verde británico. En esa coyuntura un hombre brillante, EF Schumacher, publicó un libro que ha sido una fuente de inspiración para muchos ecologistas, Small is beautiful (Lo pequeño es hermoso, publicado aquí por la editorial Akal). A partes iguales análisis económico, manifiesto radical y ensayo espiritual, la obra de Schumacher defendía que la sociedad moderna había perdido contacto con las necesidades básicas del ser humano y, por tanto, había fallado al planeta y a sus habitantes. 


En un momento en el que se ensalzaban las maravillas del progreso tecnológico, este economista afirmaba que el curso que estaban tomando las cosas negaba totalmente cualquier tipo de sabiduría y que lo sabio era “una nueva orientación de la ciencia y de la tecnología hacia lo orgánico, lo delicado, lo no-violento, lo elegante y lo hermoso”. ¡Toma castaña!

Como el apasionado de la filosofía oriental que era, proponía como remedio era un enfoque holístico de la sociedad, un “capitalismo budista” con el énfasis sobre soluciones a pequeña escala y localizadas. “No tengo duda alguna”, afirma en su libro, “que es posible dar una nueva dirección al desarrollo tecnológico […], que vuelva a las verdaderas necesidades humanas, y eso significa regresar al verdadero tamaño del hombre. El hombre es pequeño y, por tanto, lo pequeño es bello”.

Las soluciones prácticas debían ser baratas y desarrolladas localmente al considerarlas mucho más efectivas que las tecnologías importadas, y al tener mucho menos impacto medioambiental. Suena a cosas que ahora tienen mucho sentido, ¿verdad? No obstante, las teorías de Schumacher fueron criticadas por otros economistas e incluso el célebre catedrático de economía en Oxford, Wilfred Beckerman, le contestó con un hiriente artículo que tituló “Lo pequeño es estúpido”.

Rachel Carson: “Ya os lo dije”



Eso debe decir la Srta. Carson mientras se revuelve en su tumba. Ella advirtió del peligro del uso de pesticidas tan pronto como en 1962 cuando publicó su libro Silent Spring (Primavera silenciosa, publicado en español por Crítica), una obra seminal para los movimientos ecologistas tanto en EEUU como en el resto del mundo al presentar la idea de que todos poseemos el derecho fundamental de vivir en un entorno limpio.

La publicación del libro, evidentemente, no sólo generó una enorme controversia sobre el uso de pesticidas en la agricultura sino que puso de uñas a toda la industria química que argumentó que el libro presentaba un argumento incompleto al alertar innecesariamente al público sobre los peligros a la salud de los pesticidas sin hablar de sus beneficios. “Si el hombre siguiera al pie de la letra las doctrinas de la Srta. Carson, regresaríamos a la Edad Media, y los insectos y enfermedades volverían a dominar la tierra”, esta bonita frase está sacada de un comunicado de la American Cyanamid Company. Monsanto también saltó al cuello de Carson y publicó 5000 copias de un folleto titulado “El año desolado” pensado para desacreditarla y que explicaba que los pesticidas eran los responsables de la erradicación de enfermedades como la malaria, la fiebre amarilla y el tifus y que, además, sin ellos millones de personas en el mundo se quedarían sin alimentos y morirían de hambre.

Irónicamente, estos intentos de desacreditación por parte de la industria química no hicieron sino darle publicidad al libro. Tanto que la controversia despertada por Silent Spring hizo que el propio gobierno norteamericano tuviera que prestar atención a este asunto y el mismísimo Presidente Kennedy creara un Comité para regular un mejor uso de estas sustancias químicas. Como explica Al Gore, el libro consiguió “llevar los temas medioambientales a la atención del gran público, e hizo que nuestra propia democracia tuviera que ponerse del lado de salvar a la Tierra”.

La oleada de legislación medioambiental que tuvo lugar tras la publicación de Silent Spring proporcionó al ecologismo la credibilidad que necesitaba ante la sociedad y obligó a la clase policía a introducir el problema en su vida diaria. No obstante, el uso de pesticidas sigue siendo masivo hoy en día a pesar de que sus consecuencias sobre nuestra salud son más que conocidas, compañías como Monsanto siguen floreciendo y poseen el monopolio de la distribución de semillas híbridas en todo el planeta, y la agricultura ecológica aún siendo algo mucho más establecido sigue siendo patrimonio – para muchos – de hippys y paranoicos. Así que todavía queda mucho por hacer.


Teddy Goldsmith: “El padrino de lo verde”

Teddy Goldsmith predicó toda su vida los principios de la ecología. Pero no sólo los predicó, también los vivió hasta su muerte en 2009. Goldsmith conoció en sus propias carnes lo que era ser “verde” en aquella época. Hablar de ello, o intentar vivir según sus normas, no era una decisión de estilo de vida, como ahora, sino comprarse un boleto al ostracismo social. Debías estar preparado para ser ignorado, burlado o desechado como un pirado. Tenías que hacer un auténtico esfuerzo y algunos sacrificios reales. En lugar de seguir al rebaño, no tenías más remedio que decidir salirte de él.




Este ecologista brillante y obstinado lo hizo. Fue uno de los fundadores del primer Partido Verde, el británico, y llevó a los escaños políticos temas fundamentales asociados con el desarrollo global como la energía nuclear. Pero, sobre todo, se dio cuenta de que era esencial difundir el mensaje y llegar a la sociedad en general. Para ello, hace 41 años creó The Ecologist, una revista fundamental para los que quieren aprender cómo vivir más verde, y una auténtica biblia para nosotros, los conTÚmistas.

Pero el mérito de Teddy – como se le conocía casi universalmente – no se limita a eso. Su auténtico mérito fue vivir como un ecologista sin importarle un bledo el precio (social) que eso podía tener. En una entrevista concedida a The Ecologist poco antes de morir contaba: “Claro que entonces nadie nos escuchaba. La gente se escandalizaba con nosotros en aquella época. En los setenta me mudé a Cornwall a llevar una vida ecológica. Tenía un baño-compostera que me costó todos mis amigos. Cuando venían a visitarnos, o pillaban una neumonía porque no teníamos calefacción o huían por el olor del baño”.



Ni el ostracismo social por la compostera ni ser considerado un loco desanimaron a Goldsmith que, antes de morir, pudo ver  cómo su “criatura” volaba por sí sola con cada vez más lectores. Él como los otros dos casos – y muchos más – han tenido el destino de los profetas. Han abierto el camino para todos nosotros y su esfuerzo ha conseguido la difusión de las ideas verdes pero, como muchos profetas, no fueron reconocidos en su tiempo. Ese es su sino: si se equivocan, se les ignora. Si tenían razón, todos nos subimos al tren (el del biocombustible) y decimos que siempre estuvimos de acuerdo con ellos.




No hay comentarios:

Publicar un comentario