Arropadas con mantas y alumbrados con velas, 400 personas
ocuparon una oficina de Endesa en Barcelona para protestar por la pobreza
energética: un problema que afecta ya al 15% de los españoles… y seguimos sumando.
A menudo desde el conTÚmismo pensamos que deberíamos
arremangarnos y encomendarnos la ardua tarea de crear un “Nuevo léxico
contemporáneo”. Una obra de referencia a modo de sui generis diccionario en el que se reunieran todas las palabras,
acrónimos, conceptos y términos que los “expertos”, los medios y el mercado nos
están haciendo aprender en estos últimos tiempos.
Haría falta haber vivido en Marte una buena temporadita para
no haber aprendido, por ejemplo, “prima de riesgo”, un término que muy pocos conocíamos
antes de la crisis. Pero la lista es mucho más larga y engloba conceptos y palabras
acuñadas por expertos, políticos y medios para definir lo que nos ocurre, lo que vivimos, cómo nos
comportamos… Otras palabras y conceptos no son nuevos, desde luego, pero o han
cobrado un nuevo significado por su incidencia en nuestras vidas. ”Pobreza
energética” es uno de ellos y lo hemos
aprendido cuando ha pasado de ser un
término a ser una realidad de nuestro día a día. Una demostración de que “la
letra con sangre entra”, vamos.
En 2012 más de 1,4 millones de hogares españoles
sufrieron un corte de luz y se calcula que alrededor de cuatro millones de
personas (un 10% de los hogares españoles) no pueden pagar sus facturas
energéticas. Estos datos pertenecen al estudio “Pobreza energética en España,
publicado por la Asociación de Ciencias Ambientales que promete un inminente
nuevo estudio para este primer trimestre de 2014, aunque ya adelantan que prevén
que la pobreza energética en nuestro país alcanzará ya el 15%.
Estos datos y las también alarmantes cifras y
estadísticas de las subidas en los precios de la energía nos han estado acompañando
durante todo el invierno, una época en la que el término cobra dimensiones
trágicas. Según Cruz Roja, el 58% de las personas atendidas por la organización
no podían pagar sus suministros, y la cada vez mayor demanda de productos que
no necesiten cocción en los bancos de alimentos es otra demostración de la
gravedad de un problema que también tiene sus consecuencias para la salud. La
tasa de mortalidad adicional de invierno en España es una de las más elevadas
de Europa: 20.000 muertes prematuras de las que entre un 10% y un 40% se debe a
la pobreza energética que empeora la calidad de vida y afecta principalmente a
enfermedades de tipo respiratorio. Refrescarse en verano puede ser solo para
ricos, pero calentarse en invierno debería ser algo al alcance de todos.
Los que piensen que este problema solo afecta a los
extractos más desfavorecidos de la sociedad que se olviden de eso y se apliquen
lo de “cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar”. El
desempleo, los recortes en ayudas y la
falta de poder adquisitivo de aquellos que aún tienen trabajo pero en
condiciones precarias y con salarios cada vez más bajos, han hecho a mucha gente “pobres energéticos”. Casi todos (menos los más privilegiados) somos
más pobres energéticamente y lo demuestran los cambios en nuestros hábitos
diarios. Que tire la primera piedra el que, hoy en día, no apague una lámpara
cuando enciende otra, que calcule cuándo encender la calefacción o piense cuánto
cuesta un plato a cocina en términos energéticos. Y esto ha venido para
quedarse, nos tememos. El inminente pico del petróleo (ese momento no tan lejano en el que el petróleo sea tan caro que el precio de la vida
se dispare de tal manera que acción diaria que requiera de energía sea
insostenible económicamente para el ciudadano medio), o la carga que supone la
investigación e implantación de energías sostenibles no derivadas del petróleo
en el precio de las energías convencionales parece pronosticar que los precios
no van a bajar y, por ende, no va a pertenecer al universo de la consparanoia sino al de nuestra
realidad. Un problema de tales dimensiones potenciales debería ocupar nuestra
atención.
Ayer martes 18 de marzo de 2014, se realizó por primera
vez en España una acción en contra de la pobreza energética con la ocupación de
una oficina de Endesa en la Gran Vía de Barcelona. La protesta se organiza porque está a punto de
terminar la “tregua” de invierno que habían dado las energéticas a aquellas
familias que demostraron ante los servicios sociales que no podían pagar los
suministros. Ahora estas familias se encuentran ante la irónica situación de tener
que pagar no solo en reenganche sino las deudas acumuladas durante el invierno.
Entre las casi 400 personas que “tomaron” las dependencias de la energética se
encontraba Ada Colau, fundadora de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, y la acción ha tenido buenos resultados: la compañía está
dispuesta a reunirse con miembros de la plataforma para
escuchar sus reivindicaciones. Que la reunión cambie algo para el consumidor,
para el ciudadano, está por ver, pero lo que está claro es que las acciones
ciudadanas sí tienen sentido, sí pueden ser eficaces y sí pueden generar
cambios. Las protestas del barrio de Gamonal son buena prueba de ello: el
Ayuntamiento de Burgos ha reculado y no se van a hacer las obras planificadas
que levantaron a los vecinos de este barrio combativo y obrero. Si ellos se
unieron alrededor de un problema específico y lo han conseguido, imagina lo que
podemos hacer si nos unimos todos para cambiar algo que puede afectarnos
potencialmente a eso, a todos. Al fin y al cabo, la mayoría ya deberíamos ir poniendo la barba en remojo.
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