viernes, 17 de junio de 2011

GLOBALIZACIÓN ECONÓMICA


Desde el pasado año Holanda se plantea la implantación de la Etiqueta climática. El proyecto, en línea de una transparencia total, informa al consumidor sobre el impacto medioambiental que, en forma de CO2, genera el ciclo de vida del producto desde su cultivo hasta el consumo. Pasando por el transporte, almacenamiento, conservación y preparación, incluso se quiere incluir algún concepto más abstracto como el índice de sostenibilidad o bienestar animal. Al parecer, los productos que generan mayor impacto son los adquiridos fuera de temporada, especialmente fruta y verdura.

Medidas como ésta, que nos parecen positivas de cara a racionalizar el consumo, combaten y nos recuerdan el punto al que nos han llevado los procesos de producción indiscriminados instaurados por la globalización y a los que se ha denominado, desde sus círculos cercanos, como progreso.




La fe maniqueísta de la globalización económica, muchas veces confundida intencionadamente con el término aldea o comunidad global, ha fomentado el comportamiento irresponsable de corporaciones multinacionales e incrementado la dependencia de éstas sobre países soberanos en vías de desarrollo, ha aumentado los desequilibrios sociales, económicos y los índices de pobreza, por no hablar del medio ambiente y el impacto al que se le está sometiendo, agotando los recursos para generaciones venideras y dejando su huella en tierra, agua y aire. Estamos metiendo al planeta en un charco del que, si no se pone remedio rápido, será difícil salir.

Debemos de ser conscientes del consumo que hacemos, a quién beneficiamos y de qué manera. Cuando nuestro único argumento a la hora de comprar es un descuento basado en una producción masiva a miles de kilómetros, se ha de ser consciente de que el coste es mucho más alto en otras facetas; hacemos un mundo peor. La globalización ha humillado, a través de sus iconos, mercantilistas y de "progreso", lo que no se identificaba con su manera de consumir, despreciando el conocimiento trasmitido por generaciones, que había servido para convivir entre nosotros y con nuestro planeta de una manera mucho más equilibrada.

Reivindicamos una manera de consumir local, no aceptamos la globalización económica como progreso, no despreciamos ese bien apropiado equívocamente por ella que es el intercambio cultural (muy necesario y constructivo), pero gritamos los peligros de la acumulación indiscriminada de bienes de marcas adscritas a esta filosofía. No renunciamos al consumo, aunque si al innecesario e inconsciente; desprendimiento frente a acumulación.




En economía y consumo frente a lo global, practica local, nuestro futuro y de los que vienen está en juego.

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